Estaría cerca de cumplir mis 18 años cuando sucedió lo que hoy les voy a contar. Trabajaba con mi padre en el negocio familiar que constaba de un colmado y bar en un campo del pueblo de Naranjito. El colmado y el bar compartían el local y era centro de reunión de vecinos y clientes. Me gustaba atender la barra, te enterabas de todo lo que pasaba en el barrio e interactuabas con toda clase de personajes, muchos de ellos sacados de los cuentos de Abelardo Díaz Alfaro. Entre estos clientes existía uno en particular, mecánico de profesión, de esquelética figura parecida a Don Quijote, tenia debilidad por el alcohol, el tabaco, los boleros y las mujeres bellas. Vestía pantalones en poliester, guayabera blanca, zapatos de charol, con el pelo embadurnado con brillantina y sombrero de ala ancha blanco. Lo nombraré Yuyo a partir de ahora para proteger su verdadera identidad.
Llegaba al bar cerca de las 9am y pedía un cubalibre tras otro hasta que cerrábamos el bar cerca de la media noche. Día tras día, conversaba con los demás clientes, jugaba billar y escuchaba música en la vellonera, esa era su rutina. Vivía de los clientes del colmado que mientras hacían sus compras, le dejaban su auto para que el le diera mantenimiento, lo que hacía en el mismo estacionamiento, con la anuencia de mi padre que sabía que el fruto de lo ganado terminaría tarde o temprano en nuestra registradora. Había una vellonera en el bar, pero mi padre jamás le compró un disco, los compraba Yuyo en la tienda de discos del pueblo y se los llevaba a mi padre que los ponía en la vellonera, entonces pagaba para escucharlos. Ese era su IPOD. Si, ajah, ya se lo que están pensando, negocio redondo para mi viejo, que puedo decir, era un jaiva como dicen en el campo. En esa vellonera habían música de tríos, tangos, salsa, boleros, rancheras y toda clase de música para deprimidos. Este Don Juan de uñas negras y dientes amarillos, se enamoraba a lo divino de todas las adolescentes lindas que frecuentaban el colmado. Era una pobre alma ahogándose en alcohol. Nunca se atrevió a declarar su amor y si lo hubiera hecho, muy probablemente las chicas se burlarían de el. Tenía estilo, todo un dandi, se recostaba en el borde de la puerta, cubalibre en mano y cigarrillo entre los dedos a cantar las joyas musicales que el escogía de su amplio repertorio. Ese era Yuyo.
Ahora les presento a Mayita (nombre ficticio), de humilde familia, nació saludable pero de pequeña sufrió la enfermedad del poliomielitis, enfermedad que afecta al sistema nervioso central. En su caso le causó la parálisis del lado izquierdo del cuerpo, provocandole deformidad del brazo y pierna izquierdos. No regresó a la escuela. Mayita se crió con los muchachos del barrio, todos la querían y trataban como una niña más del grupo. Fue luego de crecer que todos nos dimos cuenta de que la enfermedad había afectado en algún grado su desarrollo mental. Ante la ausencia de fuerza en su lado izquierdo, su cuerpo se adaptó y desarrollo una fuerza espectacular con el lado derecho. Todos le temíamos a su gancho de derecha. Recuerdo que en la adolescencia tuvo varios incidentes de violencia con sus hermanos, con quien se iba a las manos a la menor provocación. En realidad, funcionaba bastante bien, aunque para su madre siempre fue una niña. Mayita era gordita, cojeaba, era jabá, con afro cenizo, ojos claros, le faltaba un diente del frente y el que le quedaba era bastante grande, lo que hacia más evidente la mella. Digamos que era bastante incomoda a la vista o que la vida no la favoreció con el don de la física hermosura. A pesar de todo esto, era un encanto, adorable y querida por todos. Ya en la adolescencia comenzó a vender productos Avon. Visitaba a pie todas las casas del barrio con la consabida frase "Avon llama", llegó a levantar tal clientela que hubo un año que resultó premiada por sus ventas a nivel nacional. Digno ejemplo de que todo se puede.
Pero, para Mayita no todo fue posible. Al comienzo de esta historia Mayita se acercaba peligrosamente a los treinta, virgen pura y casta, mientras Yuyo pasaba ya los 38. Su abnegada madre la sobreprotegió de tal manera que olvido que ya era una mujer adulta y necesitada de amor, pasional, sexual, carnal, bueno ustedes saben. Vivía enamorada de Yuyo, quien la trataba con desprecio por no estar a la altura de su estereotipado sueño, cosa que la madre de Mayita conocía. Buscando la forma de atraerlo, se pintoreaba con todos los cosméticos posibles para verse atractiva, sin embargo lograba todo lo contrario. Era preciso ver ese rostro rechoncho pintado como una geisha japonesa, con los pómulos repletos de colorete, los labios mal pintados de rojo pasión, con sombra azul violeta y las cejas al estilo Frida Kahlo, en fin un desastre. Los que la conocíamos tratábamos de ayudar pero ella estaba convencida de se veía regia. Llegaba todas las tardes de vender sus productos, se arreglaba y subía a suspirar por su amor desde una esquina del colmado donde podía observar a Yuyo cubalibre en mano, cantarle sus penas al viento. Los que trabajamos en el negocio de mi padre vimos por años esta desgarradora, romántica y patética escena. Todos tratamos infructuosamente por años, cual cupidos que fallaban todas sus flechas y a punto de rendirse, de que Yuyo dejara de ser ese petulante trasnochado emperdernido, que aceptara, que Mayita a pesar de todo era un buen partido y que sus aspiraciones estaban lejos de cumplirse.
Pero tanto esta el agua dando en la roca hasta que la parte. Una hermosa tarde de domingo, con los cubalibres más cargados que de costumbre soltando su efecto embellecedor más temprano, los concejos eran cada vez más convincentes y Yuyo más borracho que nunca, se encontraba completamente desinhibido, listo para darle la oportunidad a Mayita. Por fin librarían la coca. Yuyo tenia un Volky que le habían prestado para que lo arreglara, cuando sube radiante Mayita. No habían 20 minutos de charla cuando la montó en el Volky rumbo al motel. Nosotros escondidos mirando por las ventanas, escuchamos la música de tríos que había dejado Yuyo en la vellonera y empezábamos a celebrar cuando; como dice Rubén Blades "la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida".
Aquí es donde suena la música de suspenso "kakaran kakara karan".
Trágico día para ambos, por nefasta casualidad, la madre de Mayita vio a su hija montarse en el auto con Yuyo y corrió como alma que lleva el diablo cuesta a bajo hasta llegar a la carretera por donde tendrían que pasar los enamorados rumbo al motel. No bien divisó que se acercaba el Volky, que se planta en el medio de la carretera y le grita a Yuyo,
-"Párate maldito, para llevártela me tienes que pasar por encima, desgraciao".
Mayita no podía creer lo que estaba pasando, su sueño se venía abajo, pero reacciona y le grita a madre,
-"Mami salte del medio, que yo hablo contigo después" y su madre contestó en la negativa. Enseguida con tono más fuerte Mayita le grita a su madre,
-" Mami coño que te salgas" "que no" contestó la madre.
Mayita le grita iracunda,
-"Más te vale que te salgas porque si me bajo te voy a partir el alma". Mientras Yuyo temeroso decide abandonar el Volky cuando siente que lo agarran por la correa y de un fuerte tirón Mayita lo sienta violentamente de nuevo en auto y le dice,
-"Pásale por encima, coño, que esta vieja no me va a joder los planes".
-"Pero Mayita como quieres...", Mayita lo interrumpe, "Que le pases por encima, carajo, no seas pendejo".
Así continuaban los insultos y los intentos de Yuyo de escapar. Seguían llegando autos a ambos lados del tapón y se bajaban a ver el espectáculo que ya parecía el programa de la peruana "Laura en América". Yuyo había apagado el Volky y en un descuido de Mayita logró zafarse, salir del auto y se montó en otro vehículo que subía dejando abandonado el Volky con Mayita adentro en descontrol total. La rabia la segó, como poseída por un ser infernal, comenzó a romper todo dentro del Volky, lo dejó destrozado, como si hubieran encerrado a un Pitbull. Cuando por fin se bajó del auto, su madre vio en su rostro el odio iraquí propio de una mujer perturbada, arrancó a correr cuesta arriba para su casa más rápido que Javier Culson, mientras Mayita la perseguía de cerca. Al llegar a la casa, solo falto que Hugo Savinovich gritara, "aaacanganaaa", empezó la lucha libre. Le regó bofetás a los hermanos, a la madre, al padre y a todo el que se interpuso en su camino. Iban saliendo achichonaos, uno a uno por la puerta de la casa como los vaqueros que echan de un bar del oeste. Destrozó la casa, los gabinetes, los muebles, todo. Solo mi tío, que nació psicólogo, pudo convencerla de que se calmara hasta que llegó la ambulancia y le aplicaron tranquilizantes, no antes de que uno de los enfermeros probara una trompá de esa temida derecha. Todavía se está sobando.
Pasó casi un año antes de que volviéramos a ver a Yuyo. Mayita regresó un par de semanas después, muy deprimida. Continuó visitando el colmado y en la esquina del colmado esperando volver a ver a Yuyo, cubalibre en mano, cantarle sus penas al viento. Hasta que un buen día de un mes de septiembre, Mayita desapareció. Todos en el barrio la buscamos por cielo y tierra sin éxito, se había esfumado.
Pero esa, es otra historia...
Oye Borincano, te quedo excelente. Doy de fe de la veracidad de este ensayo. Tu sabes que tuve el placer de ser testigo y protagonista en esa historia. El primo.
ResponderEliminarConocemos en la vida personajes merecedores de ser protagonistas de un cuento. Así son estos dos que nos has presentado. Muy bien desarrollada la historia. Nos debes la segunda parte. Un abrazo.
ResponderEliminarPrimo
ResponderEliminarYo no diria protagonistas, diria que fuimos conspiradores. Saludos
Siluz
Ya pronto, será corta la espera. Gracias por la visita.
¿Qué pasó con Yuyo, dejó la bebida? ¿se casó? ¿Cuándo nos vas a contar la segunda parte de este cuento? ¿Qué pasó con ella? ¿se casó?
ResponderEliminarInteresante historia. . .
Saludos,
Eris